lunes, 7 de septiembre de 2009

La purificación de los muertos en San Juan Copala


Azul Guzmán


Podemos afirmar sin temor a equivocarnos que la región triqui es una de las pocas en el país que conservan fielmente las tradiciones heredadas de sus antepasados; sus rituales están llenos de expresividad, de emotividad. Ir a San Juan Copala es entrar en un mundo lleno de una auténtica espiritualidad, la cual muchas de las veces se ha visto deteriorada por conflictos fratricidas.

Dentro de sus ritos funerarios podemos constatar que todavía conservan la purificación somática del difunto, en otras palabras, antes de sepultarlo le van a dar un pequeño baño para que se vaya limpio.

En San Juan Copala, entre el pueblo y el cementerio existe un pequeño río. Ese es el lugar adecuado para hacer una breve pausa: se baja el ataúd y se procede a hacer un lavado. Este lo hacen los familiares más cercanos; primero se comienza con la cabeza, se le rocía agua y se le talla el pelo con jabón; después se le enjuaga hasta que queda limpio; posteriormente se hace la purificación de las manos, y por último de los pies. Si fuera necesario sacar un poco el cadáver, pues no hay problema, se le saca un poco del ataúd con tal de que quede bien limpio y pueda irse purificado.

En los demás panteones de la región donde no hay ríos cerca, los familiares lo hacen con cubetas en el momento en que lo creen más oportuno.

Son pocos los difuntos que se entierran sin este rito de purificación. No sabemos los motivos que ha tenido la familia para suprimirlo pero lo cierto es que en un mínimo porcentaje hay quienes no lo hacen.

Presenciar esta escena es algo indescriptible, no termina uno de asimilar todo el trasfondo cultural que hay detrás de esta ceremonia que antecede a la inhumación del finado.

Algunos documentos y escritos que nos hablan de esta costumbre son los siguientes:

El P. Carlos Tenorio Juárez en una carta nos revela lo siguiente: “… algo que también me sorprendió fue ver como a un difunto antes de ir a sepultarlo lo bañan en el río...”.

Fernando Benítez pasó por la Región Triqui a finales de la década de los 60 realizando sus investigaciones, y en su antología “Los indios de México” habla sobre este rito de purificación: “El muerto había sido lavado y yacía en su caja vestido de la mejor manera posible”.

Roberto Cervantes Delgado, un investigador también de la década de los 60, a su paso por Copala obtuvo el siguiente dato: “El cuerpo del fallecido, si es adulto, se lleva al arroyo; ahí le lavan la cabeza y los brazos para que se vaya limpio ante Dios, después lo envuelven en una manta o en un petate…”.

Hay otro documento elaborado por el INAH que da razón de esta tradición: “Adoran al sol y a la luna. Este culto se expresa cuando alguien muere: se lava el cadáver, se cubre con un lienzo blanco. Se tiende sobre una cruz de cal para rezarle y se entierra teniendo mucho cuidado de que la cabeza quede orientada hacia donde sale el sol”.

Cada pueblo es heredero de múltiples y variadas tradiciones, y es preciso que cada uno haga su mejor esfuerzo por conservar ese legado de sus antepasados, el Estado de Oaxaca tiene en su territorio muchos pueblos indígenas, con una variedad impresionante de manifestaciones artísticas, musicales, gastronómicas, etc.

Respetuosamente se da a conocer esta costumbre triqui, sabiendo de antemano que ese pensamiento merece toda nuestra atención y nuestros reconocimientos. Coincido con lo que en cierta ocasión dijo el Lic. Diódoro Carrasco Altamirano: “Pero Oaxaca no solo cuenta entre sus orgullos con la gran riqueza étnica; también cuenta con un amplio abanico de lenguas, costumbres, folclor y tradiciones; el patrimonio con que contamos los oaxaqueños es tan rico y variado como nuestra geografía (…) sabemos que en cada región, y en cada ayuntamiento de Oaxaca sus habitantes han creado, a partir de su pasado, un universo propio, una forma de vida acorde con su entorno, con sus tradiciones”.

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