domingo, 30 de agosto de 2009

Cipriano Villa, vocación de médico y alma de artista











(Primera de dos partes)

Francisco Círigo




Cipriano Villa Hernández nació casi con el siglo XX en Santo Domingo Tonalá, y aunque fue criado por un sacerdote, no se inclinó por el seminario, sino por la carrera de medicina, de la que sólo pudo estudiar tres años, que le bastaron para dar consultas en San Sebastián Tecomaxtlahuaca, a su regreso de la ciudad de México.

Amante de las letras, del teatro y de la música, ejecutante de varios instrumentos, su carácter alegre y “fiestero” lo llevó a interesarse por el baile; y su reencuentro en la ciudad de México con dona Antonio Martínez Corro, lo llevó a recopilar los pasos de los bailes de los pueblos de la región, que darían forma al Jarabe Mixteco.

Hijo de Jesús Villa y de Aurora Hernández Círigo, Cipriano quedó huérfano a la edad de seis años, por lo que su tío, el sacerdote José María Hernández Círigo, se hizo cargo de la manutención de su madre y de sus cinco hijos. De esta manera, la familia Villa Hernández anduvo varios años acompañando al sacerdote a las parroquias donde éste era asignado.

Muy joven aún, Narciso decidió emigrar a la ciudad de México, con el propósito de estudiar medicina, carrera que consideraba su vocación; pero sólo pudo estudiar tres años, pues debido a su precaria situación económica tuvo que abandonar la escuela y buscar un trabajo, logrando emplearse como “medidor de tiempo” en el sector caminos.

Sin embargo, su estancia en la capital del país sería decisiva, debido a dos encuentros: el primero de ellos con el maestro José Martínez Corro y con sus hermanos Pepe y Herminio, a quienes había conocido de niños, y con el sacerdote José Cantú Corro. Este encuentro habría de ser decisivo para el nacimiento del Jarabe Mixteco.

El segundo encuentro fue determinante en su vida: en la vecindad de la colonia Morelos donde rentaba un modesto cuarto, conoció a una vecina que vivía con su abuelita y sus dos hermanos: Josefina González Negrete, a quien conquistó con su carácter alegre en un baile efectuado en la misma vecindad.

Después de un año y medio de noviazgo, Cipriano y Josefina decidieron unir sus vidas. La nueva pareja permaneció en la ciudad de México un año y medio más, pero después tomaron la decisión de trasladarse a la Mixteca; pero no llegaron ni a Huajuapan ni a Tonalá, sino a San Sebastián Tecomaxtlahuaca, donde el sacerdote Narciso Villa, hermano de Cipriano, tenía a su cargo la parroquia.

Aprovechando sus estudios de medicina, y debido a que no existía ningún médico en el pueblo, Cipriano estableció un consultorio en el que no sólo aplicaba inyecciones, sino también curaba a la gente. Muchos años después, hay gente de los pueblos de la zona que recuerda con cariño y gratitud al “Doctor Cipriano Villa.

Así empezaron una vida de “judíos errantes” que se prolongaría por varios años y lugares: Santiago Juxtlahuaca, Mariscala de Juárez y Santiago Tamazola, antes de establecerse de manera definitiva en Huajuapan, en 1950.

Pero fue durante su estancia en Tamazola cuando logró un empleo que desempeñaría hasta que, debido a una enfermedad que lo ató a una silla de ruedas los últimos nueve años de su vida: el de agente sanitario de la entonces Secretaría de Salubridad y Asistencia.

En Huajuapan, donde permanecería el resto de su vida, se dedicaba a verificar diversos aspectos relacionados con la sanidad: las condiciones higiénicas del mercado Porfirio Díaz (el único existente en esa época), principalmente de las carnicerías y las fondas, el cumplimiento de las disposiciones por parte de los establecimientos, bares e incluso prostíbulos.

Pero sin duda alaguna, la actividad que menos simpatías le atrajo fue la verificación diaria de la leche que se expendía en la ciudad. Diariamente, desde las siete de la mañana, don Cipriano salía a buscar a los lecheros, dotado de un pesador de leche, para constatar que la leche que vendían no estuviera “bautizada”. Y si la medición indicaba que tenía agua, vaciaba los cántaros en las coladeras.

Ni su tío, el abogado Ramón Círigo, quien era productor de leche, escapaba a la revisión exigente de Cipriano, a pesar de sus reclamos. “No me tires la leche”, le decía. “Pues no le ponga agua y no se la tiro”, le contestaba.

Tal vez la educación que el sacerdote José María Hernández se esmeró en proporcionar a Narciso y sus hermanos, fue determinante en su vida, y le despertó el gusto por las artes, de tal manera que no sólo aprendió a ejecutar diversos instrumentos musicales, sino también a declamar y a actuar, llegando a participar en diversas obras de teatro, como “El Rey Feo”, durante su estancia en Silacayoapan, y “Anacleto se divorcia”, cuando ya radicaba en esta ciudad.
Pero también era aficionado a las “emociones fuertes”, entre ellas la monta de toros, que practicaba desde niño con los becerros del pueblo.

Un rasgo poco conocido de don Narciso fue su generosidad y espíritu caritativo. Incluso sin que su familia lo supiera, ayudaba a algunas mujeres viudas al sostenimiento de sus hijos, regalándoles huevo, leche y carne, de manera regular.Un detalle lo pinta de cuerpo entero: en una ocasión que su esposa fue a los tendederos de la casa a recoger la ropa que había lavado horas antes, descubrió que le faltaba un vestido y comenzó a buscarlo. Al darse cuenta, don Cipriano le preguntó: ¿Qué buscas, Chatita?. Y cuando ella le respondió que su vestido, él le dijo: “Ya no lo busques, se lo acabo de regalar a una mujer que vino a pedir ‘caridad’ y que lo necesitaba”. Y extrayendo dinero de su bolsa, se lo dio y le dijo: “Anda, vete a comprar otro” (Continuará).

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