viernes, 12 de junio de 2009

Maestros: ¿educar o enseñar?

Jacinto Martínez

El valor intrínseco del magisterio y la valentía de ejercerlo son dos aspectos que llaman a la reflexión; sobre todo cuando la propia vida transcurre «entre las cuatro paredes de un aula». Si todo obrero corre riesgos según los materiales con que trabaja, ¿cuáles corre el maestro si su «materia prima» son la inteligencia, la libertad, la afectividad y la trascendencia de otros seres como él?
Maestro: tenemos su significado más restringido: hombre que consagra su vida a la tarea educativa.
Y aún podríamos aplicar el vocablo a aquellos profesionistas de cualquier disciplina que obtienen el grado académico de «maestría», posterior a la licenciatura y anterior al doctorado.
De todos estos usos queda claro que el entendimiento popular llama «maestro» a quien se distingue en su actividad u oficio; quien, en virtud de su saber, enseña a otros, no como simple instructor, sino como un tutor que en la vida misma  donde cobran sentido teoría y práctica se convierte en modelo y guía para sus discípulos.
El profesor enseña, el maestro educa. Quien sólo enseña, cumple un programa preestablecido (a veces no completo), está centrado en su enseñanza, es transmisor de saberes, califica resultados. Quien además educa, cumple una misión de servicio, busca el bien del alumno, es ejemplo de los valores que predica, estima y evalúa procesos de mejora
El maestro debe saber a fondo el contenido de su materia y hacer suficientemente bien sus actividades docentes; pero sobre todo debe ser reflejo de los valores que desee inculcar, reflejo tan nítido y brillante, que motive a hacerlos propios. El buen maestro desarrolla un perfil equilibrado entre lo que sabe, hace, tiene y es; cuyo eje es su ser personal, pues como sabemos, las palabras mueven pero el ejemplo arrastra.
Los maestros que merecen nuestro recuerdo, reconocimiento y cariño, son aquellos que nos han educado, es decir, que nos han impulsado a ser mejores personas, que han dejado huella positiva en nuestras vidas y por eso siguen presentes en nosotros mismos.
El maestro enseña a los alumnos con lo que sabe, más o menos según su capacidad; pero educa o frena su perfeccionamiento humano según lo que es como persona.
Educar, hoy como ayer, supone esfuerzo, disciplina, buenos y malos ratos, mucho sacrificio personal para saber dar sin esperar recibir (aunque cuando se da verdaderamente, siempre se recibe mucho), para esperar el tiempo y momento de cada educando, para mantener en la conciencia y en el ejemplo de vida que son el modelo de aquello en lo cual quieren educar y, por ello, para rectificar cuantas veces sea necesario.
En el tema de las virtudes no hay que pasar por alto que la ética profesional es el faro que ilumina los fines de la educación, es lo que da el sentido humano a la enseñanza. Ninguna actividad humana —incluyendo la docencia— es neutra moralmente, porque el hombre es un ser racional (inteligente y libre) y, como tal, imprime una intencionalidad a sus actos.
Los valores éticos de un profesor se manifiestan en las razones que le motivan a la enseñanza, el respeto a la persona de cada alumno de su comunidad, la responsabilidad, generosidad y entrega en su hacer, la fidelidad a un ideario educativo, el espíritu de servicio, el amor a la profesión.
Las virtudes humanas del profesor hacen que salte de la tarea de enseñar a la misión de educar. Es en esta dimensión personalísima de la ética profesional donde se gesta, a través del ejemplo de vida. El verdadero educador ha de tener claros los valores que subyacen a su docencia y ser fiel reflejo de ellos, a fin de hacerlos explícitos apetecibles al educando Y a su sociedad.
¿Y tú ? ¿Qué opinas de tus maestros?

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