viernes, 12 de junio de 2009

"¡No se me amontonen!", dijo El Rojo


Francisco Círigo

El secreto de las nieves de “El Rojo” radica en dos elementos: la proporción exacta de los ingredientes, que es resultado de varios años de pruebas, y el hecho de que en su elaboración utiliza “pura leche”, a diferencia de las que venden en otros lugares, que tienen “más agua que leche”.
Con más de 74 años de preparar sus famosas nieves, “El Rojo” recuerda que gran parte de este tiempo la ha dedicado a vender su producto en las colonias de Huajuapan y en las comunidades de la región. Pero sus recorridos por los pueblos se intensificaron a partir de 1990, cuando compró en la ciudad de México una camioneta que le costó 21 mil pesos y que vino a sustituir al viejo Ford Falcon que había adquirido en 1962. “Un día me iba por el rumbo de San Jerónimo, otro día a todos los pueblos de Tezoatlán, al día siguiente a otro lado, y así cubría una ruta diferente cada día”, refiere.
Esta movilidad le permitió que sus nieves fuesen conocidas prácticamente en toda la región, como ya lo eran en Huajuapan, donde acostumbraba también participar en las festividades de los barrios, aunque actualmente sólo lo hace en la de la Virgen de Guadalupe, en el mes de diciembre, y en la del 15 de mayo.

“¡No se me amontonen!”
Como algunos de los personajes populares de Huajuapan, “El Rojo” también tiene una frase que lo identifica: “¡No se me amontonen!”.
Relata que la expresión que lo ha hecho popular desde hace varios años surgió porque cuando trabajaba en la calle, vendiendo nieves en una carretilla, se ubicaba en las inmediaciones del atrio de la Catedral y empezaba a gritar: “Lleven sus nieves, llévenlas… nomás no se me amontonen”… aunque no tuviese ningún cliente en ese momento.
“Todavía cuando viene uno de los Peral que vive en México, viene a comprar sus nieves y me dice: ‘Nomás no se me amontonen’”, relata entre risas.
–¿Esa frase es como “Tu hermana, dijo Chinuni”?
–Sí, es como la del Chinuni, “No se me amontonen, dijo El Rojo”
Y esa frase la sigue utilizando para promover sus nieves de sabores: coco, fresa, chocolate, melón, tamarindo, limón, aunque las más solicitadas son las de leche quemada.

“Mírenlo, ya se está poniendo rojo”
El apodo que lo ha hecho popular y que fue retomado por su yerno Mingo López para designar a su nevería, tuvo su origen en el basquetbol: don Raúl Sánchez González practicó ese deporte de manera regular durante 20 años, “más o menos de los 22 a los 42” en el equipo que él mismo dirigía, que inicialmente se llamaba Sol Mixteco y era patrocinado por el señor Baldomero Alavez, quien les facilitó la cancha del templo (inconcluso) del Sagrado Corazón de Jesús para que entrenaran.
Después el equipo se llamó Ñudeé y luego Barrio Viejo, y posteriormente fue patrocinado por don Teodoro Alonso, quien era concesionario de la cervecería Carta Blanca y los promovió en diversas poblaciones de la Mixteca.
Ya sin patrocinio, el equipo continuó recorriendo gran parte de la región, aunque al terminar los viajes los jugadores se bajaban del camión y no pagaban, por lo que don Raúl tenía que aportar los 100 pesos, de los de entonces, que costaba el alquiler del vehículo. “Y todo salía de las nieves de El Rojo”, recuerda.
El apodo se lo pusieron sus propios jugadores porque cuando estaban en un partido y no seguían sus indicaciones, él se enojaba y se le encendía la cara. “Mírenlo, ya se está poniendo rojo”, decían entre ellos. Y de esa manera empezó a ser conocido entre los basquetbolistas como “El Rojo”. Y años después, cuando buscaba un nombre para identificar su nevería, Mingo López le sugirió: “Póngale Nevería El Rojo”… y así la bautizó.

“Mi mujer me desanimaba”

Aunque reconoce que durante sus casi tres cuartos de siglo como nevero tuvo buenos momentos y pudo haber prosperado mucho más económicamente, “El Rojo” revela que uno de los principales obstáculos fue su mujer, doña Felícitas Carrizosa, fallecida hace 16 años. “En 1980, cuando el temblor, me fue muy bien, hice mi casa y compré unos terrenos en la colonia San Miguel, pero los tuve que comprar a escondidas, porque mi esposa siempre me desanimaba; cuando yo le decía que quería poner un negocio en forma, me decía ‘No lo pongas, te va a ir mal’; y cuando hablaba de comprar algún terrenito me decía ‘No lo compres, para qué lo quieres, está muy lejos’. Por eso no le dije nada hasta que ya terminé de pagar los lotes”, relata.
Actualmente, El Rojo sigue atendiendo su puesto ubicado en el parque Independencia desde las 11 o 12 del día hasta las 5 de la tarde, cuando va a su casa a comer, y después regresa un rato por la tarde. Y de vez en cuando, aún va a “cascarear” para recordar sus tiempos de basquetbolista.
En muchas ocasiones sus hijas han tratado de convencerlo para que deje de trabajar, pero él se niega, argumentando que el día que lo haga se va a enfermar. Y parece tener razón, porque una vez que dejó de ir al puesto durante cuatro días le dio “una gripa terrible”.
Por eso, ahora está decidido a continuar trabajando “hasta que Dios quiera y hasta que el cuerpo aguante”. Pero tampoco teme el día en que ya no pueda preparar sus nieves o atender su puesto, porque sabe que sus hijas, a quienes ha enseñado los secretos de sus famosísimos helados, continuarán la tradición que él inició hace más de siete décadas. “Aunque yo ya no pueda, de todas maneras van a seguir las nieves de El Rojo”, concluye.

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