sábado, 13 de junio de 2009

Al pueblo lo que es del pueblo

Raúl Sotero Mendoza

Oaxaca está calientito y de repente chispea. Está agitado por pasiones que revuelven odio y amor, justicia y pecado, vivas y mueras… Persisten las consecuencias del conflicto social del 2006.
En este escenario se sitúa puntual, diáfana, repleta de flores, ataviada de matices: La Guelaguetza; sabiduría heredada del pueblo oaxaqueño. Canto, música, sones y jarabe. Estremecimiento al corear el ¡Qué lejos estoy del suelo donde he nacido! … Conmoción inigualable, insuperable. Y además, sobre todo, desde los tres últimos años, reclamo popular de lo que se piensa robado: ¡Sé que una nueva luz habrá de alcanzar nuestra soledad!
Este sábado 13 de junio, a las siete horas de la tarde-noche, la Plaza de la Libertad de Expresión anidará otra celebración, esta ocasión para escoger a la pareja que ejecutará, en la Guelaguetza Popular, el baile más suspirado en nuestra tierra del sol: El Jarabe Mixteco. Recordemos que el 20 de mayo fue distinguida la pareja que bailará en el Cerro del Fortín; ahora se hará lo propio con la pareja que lo ejecutará en el estadio del Instituto Tecnológico de Oaxaca. La primera prenderá a diez mil asistentes (además del teleauditorio); la segunda a más de 35,000. No es asunto de número: La selección de cada pareja es la fiesta de todos.
Seguro que hay quien siente ofensa, pero de la cultura popular el pueblo es único dueño. Esto último, sobre todo, es lo que debe subrayarse. Al pueblo lo que es del pueblo. La Guelaguetza nació congregando familias y pueblos en acontecimientos regalados, trabajando juntamente con otros, como recuerda el slogan “sin más obligación que la reciprocidad”. Toda esta realidad obliga a remirarnos, reconstruirnos, identificarnos. Con recursos y aportaciones solidarias se ha de llevar a cabo la Guelaguetza Popular, tal es la promesa de los organizadores.
Huajuapeños: cuando en el primer lunes del estadio y en el segundo lunes del cerro se baile nuestro jarabe, proclamemos que la cultura es la savia de fuego que vigoriza nuestra manera de dibujarnos ante el mundo; sintamos cómo rozamos a los dioses antiguos del viento en cada vuelo de falda, aferrémonos al clavel –como en el vientre- durante el atrevido beso; y en el jarabe final, multipliquemos las revoluciones por segundo hasta desaparecer juntos en el espacio y en el tiempo, para encontrarnos allí mismo y en ningún lado, mañana ayer y siempre, cual posesionados habitantes del país de las nubes…. ¡Qué viva una vez, dos veces, mil veces mil veces… la herencia pura y milenaria de los tatas! ¡Oh, tierra del sol!

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