sábado, 13 de junio de 2009

Editorial

El voto blanco


El “voto en blanco” no es nuevo para los mexicanos. Desde hace décadas, en cada jornada electoral se encuentran boletas cruzadas deliberadamente por más de un partido político o marcadas a favor de personajes del medio artístico, del deporte, o héroes nacionales ya fallecidos.
La anulación deliberada de la boleta que se entrega a los ciudadanos para que emitan su sufragio ha sido, en efecto, una manera de rebelarse contra el gobierno, contra los partidos políticos y contra los procesos electorales.
La diferencia entre lo que ocurría en las últimas décadas de los gobiernos priístas y lo que sucede ahora es que la emisión del “voto en blanco” era una decisión individual. Hoy, en cambio, hay toda una campaña a través de la red de internet y de algunos medios de comunicación, promovida principalmente por personajes que en su momento se han desenvuelto en la política partidista.
Entre los principales promotores del “voto en blanco” se encuentran la ex presidenta nacional del PRI, ex gobernadora de Yucatán y ex senadora de la República Dulce María Sauri Riancho; el ex alcalde de Puebla Gabriel Hinojosa; y Tatiana Clouthier, hija del ex candidato del PAN a la Presidencia de la República Manuel Clouthier. Es decir, personajes que en su momento se han beneficiado de los votos que hoy pretenden que los ciudadanos nulifiquen.
Quienes hoy promueven el voto en blanco argumentan que de esta manera los ciudadanos estarían haciendo escuchar su inconformidad contra el gobierno y contra los partidos políticos que les han fallado, y al mismo tiempo impulsar reformas legislativas que permitan romper con la “partidocracia” y posibilitar, entre otros puntos, las “candidaturas ciudadanas”.
Valdría la pena preguntarse si el llamado al voto blanco es en verdad una señal de hartazgo de los ciudadanos o si hay grupos y actores políticos interesados en evitar que los votos de los ciudadanos se contabilices. Habría que preguntarse a quién beneficia el voto en blanco. Habría que preguntarse cuál sería el efecto práctico de esta acción. Valdría la pena plantearse estas y otras preguntas para ver si vale la pena secundar esta iniciativa que, en el mejor de los casos, se antoja inútil; y en el peor, podría beneficiar precisamente a algunos de quienes los ciudadanos pretenden ”castigar”.

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