domingo, 31 de mayo de 2009

OPINION. El zafarrancho por la cantidad

Raúl Sotero Mendoza

A pesar de que el 15 de mayo la Secretaría de Educación Pública decretó el término del presente periodo escolar hasta el 14 de julio; nueve días después del anuncio, otra realidad acabó por imponerse. Como se recordará, en el Acuerdo 487 la SEP recorrió la fecha del calendario. Sin embargo, el 23 de mayo y a pesar del compromiso previo de los gobiernos locales, solo nueve de las 32 entidades federativas lo avalaban. El Secretario Lujambio dio la cara y anunció –otra vez en red nacional- que el final del curso sería escalonado y conforme a las necesidades de cada entidad.
Es ahí, en la última frase del titular de la dependencia, donde existe una lección que nos atañe: ¡Justamente, son los escenarios concretos y específicos de la federación los que ordenan el peso de las decisiones en materia educativa! En el tema del calendario escolar, por ejemplo, sería preferible que la SEP regulara el número mínimo y el número máximo de días lectivos o de horas de clase, para enseguida facultar a las entidades la construcción de estrategias que garanticen los aprendizajes.
Antes de impugnar esta cuestión, conviene explorar algunas de las necesidades de cada entidad. Sería de suponer que el secretario tomó en cuenta causas de índole social, política y económica, más o menos conocidas por la opinión pública. Sin embargo, existen otros factores que a primera vista parecen ajenos a este asunto; con todo, son ingredientes que también distinguen a las circunstancias de cada entidad. Algunos de estos factores se exploran a continuación:
Para empezar: en los estados del norte la temperatura promedio durante junio y julio es de 40º C… y va en aumento. Sonora, Chihuahua y BC alcanzarán los 45º en los próximos lustros. La situación es delicada. Según el mexicano Mario Molina –Premio Nobel de Química- Sonora es el estado que más preocupa por los posibles estragos del calentamiento (muertes por golpe de calor, ondas de calor y frío, entre otros) Bajo estas circunstancias, ¿Los profesores y estudiantes deberán asistir a las escuelas durante los venideros meses de junio? En caso de que sí, ¿podrán aprender? ¿Se les obligará a cumplir los 200 días del calendario? ¿O, resultará mejor empezar a diseñar nuevas estrategias para cumplir los aprendizajes sin extraviarse en la pelea del número de días lectivos? Es necesario precisar, desde ahora, que a pesar de la suspensión por H1N1, Sonora clausurará este periodo el 26 de junio, es decir, ocho días antes que la nación y veinte días antes que el Acuerdo del 15 de mayo; todo, sobre la base del clima extremo.
Más al centro del país, en el área metropolitana, viven 31 millones de habitantes. Sabemos que esta región es la segunda más poblada del mundo, después de Tokio. Sabemos que tanto las contingencias ambientales como las sanitarias emplazan su calendario escolar. La primera probabilidad es que la calidad del aire sea mala en algún momento del año. Peccata minuta si la comparamos con el escenario de la segunda probabilidad: La contingencia sanitaria por H1N1. (Este virus podría causar la primera pandemia del siglo -y de paso- colapsar al idolatrado calendario)
Al sur de la república el panorama es parecido. El Servicio Meteorológico Nacional pronostica una difícil temporada de tormentas tropicales y huracanes. Según los expertos la entidad más vulnerable es Yucatán. Sin embargo, durante el 2007 ya vimos que la crecida de los ríos de Chiapas y Guatemala inundó al estado de Tabasco. Aquél año Tabasco interrumpió dos, tres y hasta cuatro semanas las clases. Por cierto ¿recuerda usted cuál fue el compromiso de las autoridades educativas de entonces? Efectivamente, garantizar el cumplimiento de los 200 días porque la cantidad encumbra el mito.
En conclusión, los factores que singularizan a cada entidad van de lo conocido a lo inexplorado; de lo trillado a lo novedoso; de lo programado a lo imprevisto. Y, aunque la decisión de la SEP obedece más a corregir la decisión impensada. Bien hizo al mencionar el peso de las circunstancias en el escenario educativo en cada entidad. De ahí se reconoce, implícitamente, que el federalismo demanda decisiones locales en el asunto del calendario, pero la cuestión debe ir un tanto más lejos; hasta avanzar en las implicaciones profundas de la descentralización educativa.
Por eso, en definitiva, en materia del calendario urge abandonar para siempre la tesis cuantitativa de la educación porque resulta engañosa, inclusive para los profesores. Es mejor construir innovadoras formas para asegurar el aprendizaje. La tarea de todos consiste en fundar un modelo integral educativo apegado a las características locales. Insisto, vale la pena arrebatarle la palabra al Secretario Alonso Lujambio; después de todo, es muy probable que se presenten otras contingencias… ¿Continuaremos, acaso, en el mismo zafarrancho por la cantidad?

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