viernes, 12 de junio de 2009

Editorial

Libertad de expresión

En la última década los márgenes para el ejercicio de la libertad de expresión se han ensanchado considerablemente. Hoy podemos leer en los medios impresos, escuchar en la radio y ver en la televisión noticias, comentarios y críticas que hasta los últimos años del siglo XX eran impensables.
En junio de 1997, casi en la víspera de la celebración del Día de la Libertad de Expresión, el director de noticias de TV Azteca, Sergio Sarmiento, reconocía que en los “Hechos de Peluche” no había un muñeco de Ernesto Zedillo por “respeto a la figura presidencial” (Proceso, 1074). Con ello refrendaba que la advertencia que los editores hacían a los reporteros recién incorporados seguía vigente: “En México hay tres figuras intocables: el presidente de la República, el Ejército y la Virgen de Guadalupe”
Los tiempos han cambiado. A partir de la administración de Vicente Fox, la figura presidencial ha sido objeto de críticas, señalamientos e incluso burlas; el Ejército ha sido cuestionado severamente; y en más de una ocasión se han puesto en dudas las apariciones del Tepeyac.
Los márgenes se han ensanchado, pero ello no significa que el ejercicio de la actividad periodística se ejerza ahora en un ámbito de libertad ni, mucho menos, que hoy esté exento de riesgos. Baste recordar que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos registró entre los años 2000 y 2009 el asesinato de 50 periodistas en el país. Los más recientes son los de Carlos Ortega Melo y Eliseo Barrón Hernández, ambos en el estado de Durango.
En Oaxaca, en los últimos meses se han denunciado agresiones, “asaltos” y presuntos actos de intimidación contra varios periodistas, entre ellos Pedro Matías Arrazola, Humberto Cruz Matías y Rebeca Luna Jiménez.
Y aunque en Huajuapan no se ha llegado a esos extremos, sí se han registrado acciones de obstrucción de la actividad periodística y señalamientos públicos provenientes de autoridades locales, contra el trabajo de algunas comunicadoras.
El México de hoy es muy distinto del de las postrimerías de la década de los 90; pero estamos muy lejos aún de alcanzar los niveles de libertad y de seguridad que el ejercicio del periodismo requiere.
Es verdad que las presiones que los gobiernos federal y estatales ejercían sobre los medios se han reducido significativamente, pero lo es también que la actitud de algunos gobiernos locales, caracterizada por la intolerancia, se mantiene e incluso en algunos casos se ha endurecido. A esto habría que sumar una nueva amenaza: la del crimen organizado.
El ensanchamiento de los márgenes de libertad no ha sido una cesión gratuita de los gobiernos, sino producto de muchas décadas de lucha de los trabajadores de los medios y consecuencia inevitable de los cambios que en diversos ámbitos ha impulsado y protagonizado la sociedad mexicana.
Hoy la libertad de expresión está menos acotada que hace una década, pero su ejercicio no deja de ser una tarea inacabada.
Hace falta seguirla construyendo diariamente, con tenacidad, con valor pero también con profesionalismo y con responsabilidad, cada uno de nosotros desde su propio espacio.

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